El fuego de la presencia de Dios

Erika Menchaca
Iglesia Fe Unida
Sermones

Éxodo 3:1-3
“Un día en que Moisés estaba cuidando el rebaño de Jetro, su suegro, que era sacerdote de Madián, llevó las ovejas hasta el otro extremo del desierto y llegó a Horeb, la montaña de Dios. Estando allí, el ángel del Señor se le apareció entre las llamas de una zarza ardiente. Moisés notó que la zarza estaba envuelta en llamas, pero que no se consumía, así que pensó: «¡Qué increíble! Voy a ver por qué no se consume la zarza»”



Dios les bendiga, hermanos, en este nuevo día. Es un gusto saludarles y poder compartir con ustedes esta Palabra el día de hoy.

Éxodo capítulo tres, versículo uno a tres: “Un día en que Moisés estaba cuidando el rebaño de Jetro, su suegro, que era sacerdote de Madián, llevó las ovejas hasta el otro extremo del desierto y llegó a Horeb, la montaña de Dios. Estando allí, el ángel del Señor se le apareció entre las llamas de una zarza ardiente. Moisés notó que la zarza estaba envuelta en llamas, pero que no se consumía, así que pensó: «¡Qué increíble! Voy a ver por qué no se consume la zarza»”

Esta es una historia muy conocida por todos nosotros. La Palabra nos enseña que Moisés se encontraba al otro lado del desierto pastoreando las ovejas de su suegro, y llega a la montaña de Horeb. Horeb significa: desierto, lugar desolado, montaña del terreno seco— llamado también “el Monte De Dios.” Y fue usado por Dios en la vida de muchas personas en diferentes tiempos. Estando allí, Dios se le muestra a Moisés en una zarza ardiente, pero lo que llama la atención de Moisés no es que la zarza está ardiendo en llamas, ya que era común en el desierto que las zarzas ardieran y fueran consumidas por el fuego como resultado del intenso calor del desierto. Lo que llama la atención de Moisés es que la zarza no era consumida por el fuego, no era reducida a cenizas, y Moisés dice, “¡Wow! Qué increíble. Voy a ver porque no se consume la zarza.”

¿Porqué no era consumida la zarza? Porque no era cualquier fuego el que estaba en ella; era el fuego de la presencia de Dios que ardía en ella. Era el fuego de la presencia de Dios que estaba en ella. Que privilegio, el de esta zarza, poder ser usada por Dios para sus propósitos para algo tan grandioso.

¿Qué es una zarza? Es un arbusto seco, espinoso, resistente, y difícil de someter, qué crees en forma desordenada sin un lugar fijo, y con muchas raíces. Vemos que la zarza no tiene ninguna cualidad en ella, que es un arbusto seco, y que lo que tiene son espinas. Pero vemos que cuando la presencia de Dios llega a ella— cuando el fuego de Dios está en ella— es transformada y santificada y usada por Dios para sus propósitos, cambiando así la vida de todo un pueblo. Nosotros hoy podemos vernos reflejados en esta historia. Cuando venimos al Señor, somos como este arbusto seco: desordenado, rebeldes, llevados de un lugar a otro, necesitado de hidratarnos de agua de vida. Pero cuando la presencia de Dios llega a nosotros, cuando la presencia de Dios entra en nosotros, somos como esa zarza ardiente; el fuego de Dios entra en cada uno de nosotros, y somos transformados y santificados para poder ser usados por Dios en la vida de muchas personas.

La Palabra nos dice que somos llamados como instrumento de Dios para toda buena obra. Él nos escogió, Él nos llamó para publicar sus alabanzas, para mostrarle al mundo quién es Él, para reflejar a través de nuestras vidas la presencia de Dios en cada uno de nosotros. Así como esta zarza llama la atención de Moisés, así nosotros en este tiempo somos usados por Dios para mostrarle al mundo su presencia, y el poder, y la grandeza de nuestro Dios.

Sabemos que esos desiertos en la vida del cristiano representan todos esos tiempos difíciles, esas circunstancias duras por la que tenemos que pasar cada día en nuestro caminar, esos tiempos de oscuridad, de necesidad, esos tiempos donde necesitamos ver algo, recibir aquello que nos va a llenar nuestro corazón. Pero si la presencia de Dios está en nosotros, si el fuego de Dios está en nosotros, somos como esa zarza que arde en el desierto, esa zarza que no es consumida, sino que mantienen el fuego de la presencia de Dios en ella. Si nosotros estamos pasando por alguna circunstancia difícil, pero la presencia de Dios está en nosotros, esa presencia es ese fuego que nos sostiene y que nos mantiene, que llena nuestro corazón de esperanza y de fuerza cada día.

Vemos que estamos pasando tiempos difíciles, que estamos viviendo hoy en día tiempos de gran oscuridad, tiempos de necesidad, tiempos de dificultad, de tristeza, de dolor, de muerte. Pero, ¡hoy! en este día, el Señor nos ha llamado a nosotros como su pueblo, como su Iglesia, para que seamos como esa zarza que refleja la presencia De Dios— para que otros puedan llegar a Él a través del reflejo de Cristo que ven en nuestras vidas, que ven en nuestro rostro.

¡Hoy es nuestro tiempo, Iglesia! Hoy es el tiempo de la Iglesia para reflejar a nuestro Dios, para mostrar la grandeza de nuestro Señor. Entre más oscura es la noche, más brilla la luz de Cristo en nosotros. Entre más oscura son las tinieblas, más reflejamos la misericordia y el amor y la grandeza de nuestro Dios, a través de nuestras vidas. Este es nuestro tiempo para ser como esa zarza que brillaba y que no se consumía por el fuego de la presencia de Dios. Es el fuego de la presencia de Dios en nosotros lo que va a reflejar que Dios está en cada uno de nosotros.

2 Timoteo 1:6 nos dice: “Por eso te recomiendo que avives la llama del don de Dios que recibiste cuando te impuse las manos.” La Palabra nos llama a mantener encendido ese fuego, avivar el fuego de la presencia de Dios en nosotros, a buscar constantemente que esa llama en nuestro corazón está encendida para poder reflejar la presencia de Dios en cada uno de nosotros.

¿Cómo podemos hoy, en este tiempo, mantener ese fuego encendido en nosotros? ¿Cómo podemos nosotros en medio de todas estas circunstancias avivar la llama del don de Dios que está en cada uno de nosotros?

La Palabra nos enseña en el libro de Jeremías capítulo 23:29, “¿Acaso no es mi Palabra como fuego y martillo que pulveriza la roca? dice el Señor.” Su Palabra es fuego. Si su Palabra permanece en nosotros, si nosotros nos movemos conforme a su palabra y cada día, comemos de ese pan de ese pan celestial que viene a nuestras vidas, ese fuego permanece en nosotros constantemente.

Esa llama no se consume sino que arde en cada uno de nosotros cada vez que nosotros permanecemos en la Palabra, buscamos de las escrituras, estudiamos y buscamos esa Palabra de Dios en nuestras vidas. Ese fuego permanece en nosotros cuando escuchamos su voz, cuando Él nos habla al oído para decirnos su santa Palabra, esa Palabra se convierte fuego en nuestro corazón. Y nuestro corazón arde por la presencia de Dios porque es la Palabra que sale de la boca de Dios en nosotros, la que puede mantener encendido nuestro corazón.

Segunda de Crónicas, capítulo siete, versículo uno nos dice que “Cuando Salomón terminó de orar, descendió fuego del cielo y consumió el holocausto y los sacrificios, y la gloria del Señor llenó el templo.” Cada vez que nosotros buscamos la presencia de Dios en oración, cada vez que nosotros nos levantamos cada mañana con una ofrenda de gratitud, con una ofrenda de alabanza, con una ofrenda de adoración a nuestro Dios, su presencia permanece en nosotros, y ese fuego que está en nosotros no es consumido. Cada vez que nosotros levantamos nuestra voz a nuestro Dios, buscando su presencia, y dándole nuestro corazón en gratitud a Dios, ese fuego de la presencia de Dios permanece en nosotros, aún en medio de la dificultad y aún en medio de la necesidad, aún en el desierto. Aún donde quiera que nosotros estemos pasando toda circunstancia difícil, ese fuego permanece en nosotros, si la alabanza y la adoración y la gratitúd está en nuestros corazones a nuestro Señor.

Hechos capítulo dos, versículo cuatro nos cuenta que los discípulos estaban reunidos esperando la promesa que cristo Jesús les había hecho: la promesa del Espíritu Santo en sus vidas. Y dice la Palabra que se les aparecieron unas lenguas como de fuego, que se posaron sobre cada uno de ellos, y fueron llenos del Espíritu Santo.

Cada vez que nosotros ponemos nuestra mirada en las cosas del cielo— cuando nosotros estamos buscando vivir una vida mediante el Espíritu Santo— ese fuego de nosotros permanece en nuestro corazón, cuando estamos mirando al cielo, buscando las cosas del cielo, buscando las cosas del Espíritu, ese fuego permanece en nosotros porque si nosotros miramos lo que nos rodea, si nosotros estamos viendo todo lo que nos rodea, lo que sucede en todos lados, eso apaga el fuego del Espíritu. Pero si nuestra mirada está puesta en el Señor, el fuego de Dios permanece en nosotros, y si estamos buscando vivir esta vida por medio del Espíritu, mantenemos ese fuego en nosotros, y así el mundo puede ver que somos esa zarza encendida— que lo único que refleja es la presencia de Dios, que lo único que mostramos en nuestro rostro es la gloria de nuestro Dios, que somos el reflejo de cristo, que somos el reflejo de la presencia de Dios en nosotros, porque la presencia de Dios habita en nosotros. Y eso es lo que hemos sido llamados nosotros a reflejar la gloria de Dios.

Como hijos de Dios, Dios nos llama a que representemos su rostro, a que mostremos su gloria, a que el mundo no vea nosotros y vea al Señor en nosotros. Salmo 4:6, “Muchos son los que dicen: «¿Quién puede mostrarnos algún bien?» ¡Haz, Señor, que sobre nosotros brille la luz de tu rostro!”

Hoy en este tiempo que estamos pasando, muchos han de decir, “¿Dónde podemos ver algún bien, quién nos podrá mostrarlo? ¿Quién nos podrá mostrar donde hay vida, quién nos podrá dar esperanza?” Y el salmista dice: “Haz, Señor, que sobre nosotros brille la luz de tu rostro.” Para eso, es necesario que la luz brilla en nosotros para que aquellos que hoy se levantan buscando ese bien puedan encontrarlo en cada uno de nosotros; que cuando nos vean a nosotros, vean la grandeza de nuestro Dios, que cuando nos vean a nosotros vean esa luz en medio de tanta oscuridad.

Este es el tiempo oportuno para la Iglesia. Este es el tiempo para el cual el Señor nos ha estado preparando por tantos años para poder mostrar la gloria de Dios, porque entre más oscuro está, más tenemos que brillar como hijo de Dios. Este es nuestro tiempo. Este es nuestro tiempo demostrarle al mundo quién es nuestro Dios, a que hemos sido llamados a reflejar la gloria de nuestro Dios; a mostrar las bondades de nuestro Dios; a decirle a todo mundo que nuestro Dios es un Dios grande, un Dios santo, un Dios lleno de amor, y un Dios de misericordia; que está esperando por aquellos que hoy dicen, “Yo quiero ser esa luz en medio de la oscuridad.” Este es nuestro tiempo donde Dios nos ha llamado para mostrar su gloria y para llevar su presencia en nosotros.

Es Dios en nosotros que nosotros podamos ser como esa zarza que llevaba la presencia de Dios en ella, que hoy nosotros llevemos la presencia de Dios en nosotros, que no nos vean a nosotros, sino que vean la luz del Señor que está en cada uno de nosotros. Que Dios hoy habita en cada uno de nuestros corazones. Este es el tiempo para los que fuimos llamados, para anunciar y publicar la gloria de nuestro Dios.

Hoy en este día, que ese sea nuestro anhelo, que, así como el salmista decía, “¡refleja tu rostro en mí!” Que hoy, ese sea el anhelo de cada uno de nosotros, poder reflejar la gloria de nuestro Dios, poder reflejar el rostro de nuestro Dios en cada uno de nosotros. Que este sea hoy nuestro anhelo porque este es el tiempo para el cual nosotros fuimos llamados. Este fue el tiempo para el cual Dios nos escogió y nos sacó de donde estábamos, de aquel lugar seco, de aquella vida desordenada, de aquella vida sin sentido, de aquella vida llena de pecados. Dios nos sacó para usarnos para sus propósitos porque su Palabra dice que fuimos llamados para darle gloria y honra a nuestro Dios.

Que ese sea hoy el anhelo de la Iglesia: poder mostrar la gloria de Dios en nuestras vidas, que hoy podamos orar de esa manera porque nuestro tiempo ha llegado, Iglesia. Nuestro tiempo ha llegado, el tiempo de mostrar quién es nuestro Dios a través de nuestras vidas, a través de cada uno de nosotros.

Hoy quiero hacer una oración y pedirle al Señor que pueda usarnos en este tiempo.

Padre, te doy gracias por tu misericordia y por tu gran amor hacia nosotros. Gracias, Padre, porque tú nos escogiste y nos llamaste no importando como estábamos. Tú nos trajiste a tu presencia, has derramado tu presencia sobre cada uno de nosotros. Nos has limpiado y nos has preparado para este tiempo, Padre. Hoy queremos ser nosotros esa zarza ardiente que no se consume aún en el desierto, aún en el tiempo de la oscuridad, aún en el tiempo de la dificultad, sino que en este tiempo brillamos aún más para reflejar tu rostro dónde quiera que estemos. Úsanos, Señor. Úsanos, Padre. Estamos dispuestos, aquí está nuestro corazón para poder ser usado por ti. Límpianos, purifícanos, y que ese fuego arda en nuestros corazones porque el tiempo del Señor ha llegado. El tiempo de reflejar nuestro Dios ha llegado.

Gracias te damos, Señor, por lo bueno que tú eres, por lo bueno que tú has hecho en cada uno de nosotros, y porque ahora podemos ser usados, así como esa zarza para llamar la atención de otros con el fuego de tu presencia en nuestras vidas. Gracias te damos, Señor, en el nombre de Cristo Jesús. Amén y amén.

    Tags:

SermonEs

Categories